La escritura es el lenguaje del ausente.
El malestar en la cultura
Sigmund Freud
La cárcel
Alcanzo a divisar varias rejas desde aquí. Una, el lenguaje, dos, mi profesión, tres, la sociedad. Tal vez, haya más y no las pueda ver. Si quisiera salir, limar los barrotes uno a uno, nada me garantizaría que frente a la intemperie me engulleran al primer bocado.
El paraíso terrenal.
Quisiera morir allí,
donde la carne no se pudra,
en el Serengeti,
devorado por leones y aves negras.
donde la carne no se pudra,
en el Serengeti,
devorado por leones y aves negras.
Ilusiones perdidas.
El idioma une y controla a la comunidad.
El control es una propiedad de la unidad.
¿Y qué quedó de la libertad?
El control es una propiedad de la unidad.
¿Y qué quedó de la libertad?
Con el cerebro intervenido.
Un idioma de vías férreas me traza el camino: las estaciones, los ritmos y los molinetes con la tupida red de la gramática. Más allá la noche inmensa donde habitan locos y poetas.
El hombre y la bestia.
La ley es mecánica. Los códigos lo confirman; cada ley repite el mismo movimiento de biela para todos. Legisla. Los hábitos, los horarios y los semáforos repiten su figura.
Como si no fuéramos seres vivos, mamíferos vertebrados, y en cada día, en cada hora, en cada momento, seamos otro.
Como si no fuéramos seres vivos, mamíferos vertebrados, y en cada día, en cada hora, en cada momento, seamos otro.
El Dios del temor, el Dios del amor. Deus temoris, Deus, amoris.
Aquel era un Dios cuidador. El de la liberación y el de la guerra contra los cananeos. Un Dios para un pueblo nómade y errante que buscaba su sitio. El otro, el del Nuevo Testamento, es el Dios de la paz, pues sin paz ni el comercio ni la industria prospera.
Al primero se lo adora, se le ruega, se le suplica, se le teme, frente a las calamidades y la guerra contra los cananeos. Al segundo se lo ama como al prójimo. La ciudad ha ganado la batalla y ahora se le pide a Dios buenos negocios.
Aunque el otro reaparezca ante la muerte y unos se inmolen por Alá y otros por Cristo.
Al primero se lo adora, se le ruega, se le suplica, se le teme, frente a las calamidades y la guerra contra los cananeos. Al segundo se lo ama como al prójimo. La ciudad ha ganado la batalla y ahora se le pide a Dios buenos negocios.
Aunque el otro reaparezca ante la muerte y unos se inmolen por Alá y otros por Cristo.
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