Yo
Esa agrupación o hermandad de células que llamamos yo le impone sus ritmos y su cultura a las demás. Sus horarios, sus objetivos, su hábitat y su higiene. De ser un servidor del cuerpo para calmar la sed, el hambre y el sexo, se ha transformado en un déspota que ahora pretende también volar solo al cielo y dejar al resto que se pudra en la tierra.
La cárcel
Alcanzo a divisar varias rejas desde aquí. Una, el lenguaje, dos, mi profesión, tres, la sociedad. Tal vez, haya más y no las pueda ver. Si quisiera salir, limar los barrotes uno a uno, nada me garantizaría que frente a la intemperie me engulleran al primer bocado.
El paraíso terrenal.
Quisiera morir allí,
donde la carne no se pudra,
en el Serengeti,
devorado por leones y aves negras.
donde la carne no se pudra,
en el Serengeti,
devorado por leones y aves negras.
Ilusiones perdidas.
El idioma une y controla a la comunidad.
El control es una propiedad de la unidad.
¿Y qué quedó de la libertad?
El control es una propiedad de la unidad.
¿Y qué quedó de la libertad?
Con el cerebro intervenido.
Un idioma de vías férreas me traza el camino: las estaciones, los ritmos y los molinetes con la tupida red de la gramática. Más allá la noche inmensa donde habitan locos y poetas.
El hombre y la bestia.
La ley es mecánica. Los códigos lo confirman; cada ley repite el mismo movimiento de biela para todos. Legisla. Los hábitos, los horarios y los semáforos repiten su figura.
Como si no fuéramos seres vivos, mamíferos vertebrados, y en cada día, en cada hora, en cada momento, seamos otro.
Como si no fuéramos seres vivos, mamíferos vertebrados, y en cada día, en cada hora, en cada momento, seamos otro.
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